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¿Es posible imponer un idioma artificial?

Los lenguajes artificiales, idiomas construidos por los humanos en base al estudio de las lenguas naturales, han sido creados a lo largo de la historia con múltiples e interesantísimos fines, pero no siempre han logrado su cometido.
En muchos casos, el objetivo de estos idiomas fue unir al mundo. En el año 1879, un sacerdote alemán llamado Johann Martin Schleyer inventó el volapük, que dio origen a cientos de sociedades o clubes, numerosas revistas especializadas y 210 mil hablantes fluidos en varios países del mundo. Sin embargo, a causa de su engorrosa gramática y su fonética algo ruda, cayó en desuso después de un congreso en París, en el que surgieron las primeras discordias y desacuerdos.
Más adelante, a partir del volapük, surgió el esperanto, creado por el oftalmólogo polaco Ludwik Lejzer Zamenhof, que notó los conflictos que provocaba la multiplicidad de idiomas de la región habitada por sus pacientes. Este idioma resultó muy exitoso y fue adoptado por el movimiento obrero europeo. Sin embargo, su vinculación con movimientos internacionalistas hizo que sus seguidores fueran perseguidos por el nazismo y el estalinismo. Aún así, en 1954 la UNESCO recomendó que se enseñara en escuelas y universidades y, a partir de 1981, la Iglesia católica celebra misas en dicho idioma.
También se crearon idiomas con fines científicos. En 1955, el sociólogo estadounidense James Cooke Brown intentó probar la hipótesis de que la lengua impone límites al pensamiento, por lo que una mejor lengua permitiría desarrollar un pensamiento humano superior. Así nació el loglan, un idioma sin ambigüedades gramaticales, compuesto por diez mil palabras que dio lugar a muchos otros creados para el mismo fin. Incluso se diseñó el lincos, en 1960, ¡para comunicarse con los extraterrestres!
Otro idioma interesante, creado más con fines artísticos que sociales, fue el solresol. Este modo de comunicación, inventado en 1817 por el maestro de música francés Jean François Sudre, era fundamentalmente sonoro. Estaba basado en las notas de la escala musical y podía ser silbado, cantado o tocado con un instrumento y sus palabras se componían de varias sílabas. En este grupo también pueden incluirse los creados por escritores o lingüistas para dar más entidad a sus ficciones. Tal es el caso de J. R. R. Tolkien y sus decenas de idiomas creados para El Señor de los Anillos, George Orwell y la neolingua creada para 1984, Anthony Burges y el nadsat, hablado en La Naranja Mecánica o George Lucas y el huttese para su saga La guerra de las galaxias. El más exitoso de estos idiomas fue el klingon, hablado en las películas, series y libros de Viaje a las estrellas, inventado por el lingüista estadounidense Marc Okrand, que cuenta con varios diccionarios y hasta una traducción de Hamlet.
Pese a que muchos de los idiomas artificiales han resultado exitosos en ciertas épocas o se han vuelto populares para el público de determinadas ficciones, no han logrado imponerse como herramientas de utilidad de manera sostenida, ya que han sido pensados más como un producto que como un instrumento de socialización que necesita evolucionar a partir de las necesidades específicas de los hablantes a través del tiempo.