Regionalismos y modismos españoles en traducciones literarias

Al encontrarse con una novela traducida, la mayoría de los lectores esperan dar con una versión en español “neutralizada”, es decir, sin marcas regionales propias de ningún país hispano parlante en especial. Por supuesto, dicha empresa es prácticamente imposible, ya que en español existen numerosas palabras que no tienen un equivalente “universal”. Esto sucede con las prendas de vestir, por ejemplo. Sinónimos como chamarra/chaqueta/campera/cazadora o playera/remera/camiseta/franela difícilmente encuentren una versión que pudiera considerarse neutral.

No obstante, en diversas traducciones de novelas escritas originalmente en otro idioma, y cuya traducción se haya dado en España, podemos determinar que nos encontramos frente a un traductor de nacionalidad española con solo leer unos cuantos párrafos. A continuación se detallan varios términos y expresiones que difieren en significado con su uso en Latinoamérica, o que directamente no se utilizan.

Probablemente, el signo más evidente del español peninsular sea el uso del pronombre “vosotros”, que por consiguiente lleva al uso del pronombre reflexivo “os”, el posesivo “vuestro/vuestra” y a las conjugaciones verbales correspondientes. Modernamente, estos usos han quedado limitados a algunas regiones de España. En Latinoamérica, en cambio, se utiliza la forma “ustedes” para la segunda persona plural. Algo parecido sucede con el uso de los pronombres le/les para reemplazar al objeto directo, en lugar del indirecto, como cuando se dice “le llamé” en lugar de “lo llamé. La distribución geográfica de este uso es, en España, irregular, pero tampoco está completamente ausente en los países de América Latina. Este uso es común en países como Ecuador, Paraguay, Argentina y México.

En cuanto al vocabulario, los españoles también tienen sus regionalismos; así vemos que, por ejemplo, a veces utilizan la palabra “fallo” para denominar lo que en otros países se conoce como “falla” o “desperfecto”, y no como sinónimo de “veredicto”, como puede entenderse comúnmente fuera de ese país. Otras palabras, como “ordenador” (en vez de “computadora”), “costes” (en lugar de “costos”) podrían considerarse españolismos, aunque la Real Academia Española no siempre lo aclara, y así hay cientos de ejemplos.

Quizás la adaptación más chocante para el lector que no sea oriundo de España sea la del lenguaje coloquial o de carácter vulgar, debido a que, claramente, cada país utiliza diferentes términos para referirse a una misma cosa o describir una misma situación. Si es complicado hallar expresiones “neutrales” para sustantivos comunes, esta tarea se vuelve muchísimo más ardua si se intentan adaptar los insultos o coloquialismos para que cualquier hispanohablante pueda entenderlos. Cuando menos, el resultado será gracioso o perderá el sentido extremadamente informal del texto original.

Como verán, una traducción en la que se utilizan algunos o todos estos términos, y una infinidad de otros por mencionar, resultará muy natural para el lector español, pero extrañísima para cualquier otro. En vista de esta situación, lo idóneo sería que las traducciones literarias se localizaran antes de ser publicadas en los respectivos países, a fin de evitarle al lector la incomodidad de leer una traducción que, en muchos casos, le resultará prácticamente ilegible o, sin llegar a tanto, le parecerá ajena e impersonal.