Traductores, tienen un don de Dios (o Babilonia: Lo que el Vaticano no quiere que sepan)

Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. (Génesis 11: 1)

No sé si conocen la historia, pero Babilonia fue una ciudad de los tiempos de la Mesopotamia. En un momento, fue la más grande del mundo. También es mencionada en la biblia, al principio. Mientras la ciudad crecía, la gente se reunió, comenzó a quemar algunos ladrillos y decidieron hacer una torre gigante. Lo único que querían era pasar el tiempo, estar juntos, hacer algo. Quizá estaban aburridos; todavía no existía el Candy Crush. Como Dios no estaba conforme con eso, confundió su lengua para dividirlos. Dejaron de construir y deambularon. Ya saben lo que pasó.

En la biblia, la historia termina en cómo se dispersaron. Después, dice quién engendró a quién. Pero, en el texto original, no se cuenta que algunos de los que fueron esparcidos sobre la faz de la tierra (Génesis 11.18) se convirtieron, inevitablemente, en intérpretes y traductores. Negocios son negocios, y, como Dios estaba enfurecido, es probable que el negocio haya estado en auge. Lo que quiero decir es que, posiblemente, esa parte acerca de los traductores quedó afuera debido a que se perdió en la traducción (porque quizá aún no existía una palabra para esa profesión) o, tal vez, se eliminó a propósito porque el Vaticano no quiere que los traductores sepan que su profesión fue inventada por Dios.

Ahora vayan, hijos míos, y prediquen la palabra. Y luego la traducirán, la editarán, la revisarán y le harán el control de calidad en un millón de lenguas diferentes. Piensen que, si esos locos de Babilonia no hubieran construido esa torre, tal vez hoy no tendrían trabajo.